Alonso Ruizpalacios nos mete en las entrañas de ‘La cocina’

Tuvo que pasar mucho tiempo para que se animara a hacer esto. Pese a que había querido plasmar en un formato extenso las particulares experiencias que había tenido al trabajar en un restaurante inglés antes de iniciar su carrera como cineasta, Alonso Ruizpalaciones se fue cruzando en el camino con otros proyectos que secuestraron su atención.

No le fue mal, claro está. Su primer largometraje, “Güeros” (2014), centrado en la búsqueda física y espiritual emprendida por unos jóvenes en el seno de Ciudad de México, sigue siendo una de las obras esenciales del cine latinoamericano contemporáneo. El siguiente, “Museo” (2018), le permitió contar con la ayuda del codiciado Gael Garcia Bernal para reconstruir un famoso asalto de la vida real. Y el tercero, “Una película de policías” (2021), que era una interesante combinación de documental y ficción de acción, se estrenó en el mundo entero a través de Netflix.

Pero a la cuarta va la vencida, y es por eso que, ahora, Ruizpalacios se encuentra en condiciones de mostrarnos “La cocina”, un trabajo que, bajo la apariencia de un romance intercultural, habla de injusticias y pasiones avivadas por el calor no siempre grato de un restaurante neoyorquino, tomando como referencia una aclamada obra teatral del autor estadounidense Arnold Wesker que se publicó en 1957 y que se titula justamente “The Kitchen”.

El filme se podrá ver el 2 de noviembre en el GuadaLAjara Film Festival, pero se estrena de hecho de manera comercial este viernes en el Laemmle Monica de Santa Mónica. No necesitábamos razones adicionales para contactar al cineasta con la finalidad de realizar la entrevista que presentamos a continuación, debidamente editada y condensada.

Alonso, esta película tiene una conexión directa con tus inicios, más precisamente, con el primer cortometraje de ficción que hiciste, “Café Paraíso” (2008), que tocaba ya el tema de las cocinas en Estados Unidos y de las situaciones inadecuadas en que se encuentran sus trabajadores. ¿Por qué decidiste retomar la idea en este momento?

Hace mucho que no pienso en ese corto, pero es cierto que tenía el mismo DNA que esta película, que tiene que ver a su vez con la obra de Arnold Wesker pero también con mis propias experiencias como trabajador en un lugar de Londres que se llamaba Rainforest Café.

Viene de la impresión que me causó trabajar con este ritmo vertiginoso, con esta presión, al lado de los personajes tan coloridos que suele haber en las cocinas. Yo pretendía originalmente que esta fuera mi primera peli, pero no pude concretar un guión que me gustara lo suficiente hasta ahora.

Trabajaste en una cocina mientras estabas becado para estudiar arte dramático, lo que me lleva a asumir que querías ser actor y que estabas haciendo lo mismo que hacen todos los que pretenden ser actores antes de conseguir algún papel.

Es un cliché porque es muy común, ya que te permite trabajar ‘part time’, entrar y salir, cambiar a veces de días. Empecé primero en la cocina y después me fui de mesero, lo que me permitió ver un poco los dos lados. Fue fascinante, porque los personajes que hay ahí son apasionantes; por un lado, son muy tóxicos, violentos y agresivos, pero por otro, son muy coloridos y capaces de mostrar un gran nivel de camaradería.

Alonso Ruizpalacios en el set.

Alonso Ruizpalacios en el set.

(Willa)

Eso te funcionaba dramáticamente para crear una historia, porque esa serie de contrastes le dan vitalidad y diversidad a lo que cuentas.

El lugar donde yo trabajaba era un ‘melting pot’ absoluto. La película está basada en la obra de Wesker, pero también se separa en gran medida de ella porque yo escribí de gente que conocí. Por ejemplo, el personaje de Samira, que es franco-marroquí, era franco-argelino en la vida real.

Había un tipo llamado Pedro cuando yo trabajaba ahí. Era una de esas personas que tienen una energía sin fin, que llega el ‘break’ y siguen jodiendo, buscando pleito. La película es un homenaje a la gente que trabaja en las cocinas y a los indocumentados que provienen de mi país, específicamente.

¿Te representaste de alguna manera en la historia a través de algún personaje?

Creo que, si me tuviera que identificar con alguien, me identificaría con Estela, la recién llegada que está abrumada, que se siente rebasada por lo que está pasando.

Hablas del personaje interpretado por Anna Díaz. Te iba a decir que ella funciona también como la mirada del espectador.

Exacto. Es la que nos introduce a la cocina, a la que entramos literalmente por la puerta trasera, porque cuando trata de entrar por la frontal, le dicen que no.

Para representar todo esto, apelas a muchísimos personajes, a muchísimos actores. En “Güeros” había algunas escenas colectivas, pero esto es lo más ambicioso que has hecho en esos términos, ¿no? Porque estudiaste para ser actor, pero no desarrollaste esa carrera.

Actúe un poco en teatro, en tele y en cine, pero lo abandoné pronto. En realidad, yo siempre quise dirigir; la actuación fue una excusa para acercarme a la dirección. Quería aprender a hablar el idioma de los actores, aprender el teatro desde adentro.

En este caso, tuvimos un tiempo robusto de ensayos: cuatro semanas antes de filmar. Eso nos permitió hacer muchas improvisaciones, lograr que los actores estuvieran muy metidos en sus personajes cuando empezamos a filmar. De todos modos, fue un reto no dejar caer a ninguno de los personajes y atenderlos a todos; pero fue un reto muy divertido.

En la obra de Wesker, el cocinero era alemán y la mesera de la que se enamora era inglesa. Aquí, él es mexicano y ella es estadounidense. ¿Cómo fue la elección de los actores? Ya habías trabajado con Raúl Briones, quien tenía un papel estelar en “Una película de policías”, pero que participó incluso en “Güeros”, ¿no?

Sí, tenía un papel chiquito en “Güeros”. Hemos hecho también mucho teatro juntos. Raúl es un actor en el que confío muchísimo. Sé que no se pone límites, que va con todo en todas las tomas. Quería que fuera Pedro porque necesitaba a un personaje que va a extremos, que es incansable.

Yo admiraba el trabajo de Rooney Mara desde hace mucho tiempo. Me parece una de las actrices más interesantes de su generación. Es muy inteligente, muy sutil, y es alguien que ha hecho elecciones interesantes en su carrera. Cuando estaba terminando de escribir, vi su cara y decidí que tenía que ser ella.

Le escribí una carta, y era como mandar un mensaje en una botella, porque había hecho cosas parecidas antes, pidiéndole derechos de música a Roger Waters o cosas así, y nunca me contestaron; pero ella lo hizo. Creo que fue porque era una carta muy sentida, muy honesta. Le mandé el guión, le encantó y le pido que le enseñara mis otras pelis.

Fue la primera vez que ella actuaba en México.

Sí. Creo que fue la primera vez que iba a México, incluso. Había estado quizás en la playa o algo así, pero no en la Ciudad de México.

Esta película aboga por los derechos de los trabajadores, pero tampoco los pinta como seres divinos. Pedro se entrega constantemente a la bebida, y en esta cocina, muchos toman. Pasa lo mismo en la obra de Wesker, por lo que esta parece ser una práctica habitual en los restaurantes.

Es que, en las cocinas, el alcohol fluye a mares. Es un lugar muy propenso al alcoholismo, debido a la presión y la deshidratación. Sudan a chorros.

¿Justifica la película el actuar descontrolado de algunos de estos personajes debido a los abusos que sufren, o le echa una mirada a humanos imperfectos que no saben cómo lidiar con situaciones de esta clase debido a condiciones que no tienen que ver con el trabajo?

Es curioso, porque hay mucha gente que no sabe distinguir cuando una película está siendo una apología o cuando está simplemente mostrando algo y diciendo lo que pasa. Arthur Miller decía: “Attention must be paid”, porque, para él, esa era la función del drama, es decir, hacernos ver dónde hay que poner la atención.

No me interesaba retratar a los migrantes como santos, que es lo que sucede en muchas de estas ficciones sobre ellos. No queremos crear una mala impresión, porque ya tienen suficiente con lo que pasa dentro de la política, donde andan diciendo que comen perros y gatos. Hay mucho cuidado para no pintarlos bajo una luz negativa, pero me parece que eso es contraproducente, porque acabamos siendo condescendientes y pintando una cara que no es humana.

Eso no es lo que le interesaba a Wesker, y tampoco es lo que me interesaba hacer a mí. Pedro es una persona compleja, llena de fallas y de fracasos. Es un juguete roto. Pero me parece que se puede empatizar más con alguien así que con un ángel.

En cuanto a la puesta en escena, es interesante que hayas retomado el blanco y negro de tus inicios. Esta no es una película experimental, pero en cierto momento, cambia un poco de tónica y se aleja del realismo. Alguien ha mencionado por ahí a Robert Altman como influencia.

Siempre vi la película en blanco y negro. Me parece que me permitía enmarcar esto como una fábula, como algo que fuera más allá del realismo. Me interesaba la atemporalidad que brinda el blanco y negro. No sabes exactamente en qué año está ocurriendo esto, y el blanco y negro ayuda a esa desubicación. Es una película sobre contrastes, y el blanco y negro es más dramático en ese sentido, más expresionista.

Por el lado de las influencias, la película proviene más de la foto fija que de otras películas, sinceramente. Estuvimos viendo mucho a un fotógrafo en particular, un japonés que se llama Masahisa Fukase y que es muy violento. Sus imágenes en blanco y negro son muy expresionistas, muy hermosas. Tiene muchos paisajes de frío que también me encantan.

Hay otro que se llama Louis Stettner, y que fotografió Nueva York en blanco y negro en los años 50, ofreciendo una mirada que iba más allá de la postal, que era mucho más íntima. Y uno más que se llama Trent Parke; es australiano, y hace unas cosas bien locas con el blanco y negro. El director de fotografía Juan Pablo Ramírez y yo nos clavamos mucho con ellos.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *