Click here to read this story in English.
VALLE DEL CAUCA, Colombia — Desde el costado de una carretera antigua que atraviesa las estribaciones de los Andes, la casa de Dora Alicia Londoño pasa desapercibida. Ubicada en una zona rural a unas dos horas de Cali, la ciudad más grande del sur de Colombia, es una construcción sencilla de dos pisos y con techo de zinc. De las vigas del techo cuelgan algunas macetas con plantas.
La principal atracción está en su jardín trasero.
Allí, uno se encuentra con pájaros. Muchísimos pájaros. Y no se trata solo de las variedades comunes como mirlos o azulejos, sino de especies raras que los avistadores de aves de todo el mundo anhelan contemplar.
Londoño, de 63 años, ha convertido su hogar en una finca para el avistamiento de aves, un verdadero paraíso. Cuenta con cinco habitaciones para huéspedes y una cafetería con vista al jardín, un denso bosque tropical. En su jardín, ha instalado un comedero artesanal con estantes de madera donde pone trozos de fruta. Arriba, en el techo, hay más comederos destinados a los colibríes.
Cuando la visité una cálida mañana de octubre, sentí como si me estuviera adentrando en un documental de naturaleza. El jardín trasero estaba rebosante de aves, ninguna de las cuales había visto antes: tángaras montanas de un verde reluciente, tucanes barbudos, colibríes sietecolores, sueldas cejiamarillas. Las aves eran tan coloridas que casi parecían irreales, pintando el jardín con trazos de ocres, rojos, azules y morados. Y luego, el ruido: un clamor de trinos, silbidos y graznidos.
“El tucán barbudo es uno de los pájaros más raros del mundo y se alimenta de bananos justo aquí,” dijo Natalia Ocampo-Peñuela, una investigadora colombiana, ecóloga de la conservación y especialista en aves de la Universidad de California en Santa Cruz, quien estaba conmigo esa mañana en la finca. En una hora, Ocampo-Peñuela estima que vió unas 45 especies diferentes mientras tomábamos café y comíamos empanadas con calma. Si así es la observación de aves, ¡cuenten conmigo!
Si te gustan los pájaros, Colombia es el lugar indicado. El país tiene la mayor cantidad y variedad de aves en el mundo. Son cerca de 2.000 especies, lo que representa casi el 20% de las aves del planeta. Esta diversidad está profundamente arraigada en la geografía. Colombia es un mosaico de hábitats que van desde la selva tropical hasta montañas cubiertas de nieve, cada especie de ave se ha adaptado a un entorno específico. Y como experimenté esa mañana, la observación de aves aquí puede ser increíblemente fácil. Ni siquiera necesitas zapatos para hacer senderismo.
Esto no es un secreto. En la última década el avistamiento de aves en Colombia ha visto un auge, según Ocampo-Peñuela, quien también estudia ecoturismo. La actividad en eBird, una plataforma donde los observadores de aves pueden registrar sus avistamientos, ha aumentado más de 27 veces en Colombia desde 2010, según una investigación inédita de Ocampo-Peñuela y otros autores la cual actualmente está en revisión. Aunque la mayoría de estos observadores de aves son extranjeros, provenientes de lugares como Estados Unidos y Canadá, cada vez son más los colombianos que se están sumando a este hobby, comentó.
Muchos expertos argumentan que ésta industria en auge es una fuerza positiva poco común. Está canalizando dinero hacia comunidades rurales y generando valor material para los bosques conservados, algo por lo que el movimiento ambientalista ha luchado durante décadas. De hecho, mientras que los bosques tropicales y los pastizales están siendo asediados por la agricultura, la minería y otras amenazas, el ecoturismo de avistamiento de aves ofrece un verdadero incentivo para mantener intactos los ecosistemas. Sin bosques no hay aves, no hay observadores de aves, y no hay aviturismo.
No cabe duda de que existen algunas preocupaciones sobre la sostenibilidad a medida que el aviturismo crece y más turistas extranjeros llegan a Colombia. Pero por ahora, son las comunidades locales las que están al mando de esta industria, lo cual trae beneficios para la gente, la economía local y la vida silvestre. Ellos esperan que se mantenga de tal forma.
Londoño, conocida como Doña Dora, no soñaba con gestionar una finca para el avistamiento de aves ni recibir turistas en su jardín. En los años noventa se mudó a esta zona, en las afueras de Cali, para escapar de la violencia cerca de su hogar en los Llanos tropicales. Esta historia no es poco común. El conflicto de varias décadas entre grupos armados y el gobierno nacional ha desplazado a más de 5 millones de personas en todo el país.
Doña Dora me contó que llegó sin nada mientras observábamos los colibríes revoloteando alrededor de un par de comederos recién llenados, como una colección de joyas flotantes. Ella limpiaba casas y vendía empanadas al costado de la carretera. Su esposo tenía trabajos ocasionales.
Un día fue al dentista y su vida cambió.
Su dentista, un hombre llamado Gilberto Collazos Bolaños, era un fanático de las aves, y sabía que el bosque alrededor de su hogar estaba lleno de vida aviar. Así que le dio un consejo: pon un poco de fruta en una mesa afuera, y espera. La fruta atraerá a los pájaros, Doña Dora recuerda, los pájaros atraerán a los turistas, y los turistas traerán dinero.
Ella siguió su consejo. Y llegaron los pájaros. Primero fueron mirlos azules, tángaras doradas y coloridos jilgueros llamados eufonías. Luego llegaron especies más raras, como tángaras de garganta rojiza y tucanes barbudos. Los tucanes barbudos son las estrellas indiscutibles del espectáculo. Hallados solo en los bosques montañosos del oeste de Colombia y Ecuador, tienen un plumaje brillante — una mezcla de gris claro, rojo, amarillo y negro — y un canto que suena un poco como el croar de una rana. Como predijo el dentista, los observadores de aves eventualmente llegaron también, en su mayoría de boca en boca. Y en 2015 Colombia albergó su primera BirdFair anual, un importante festival de avistamiento de aves. Una de las excursiones oficiales del evento fue una visita a la casa de Doña Dora. Eso la puso en el mapa, me contó.
“Siempre hemos amado la naturaleza y los árboles,” dijo Doña Dora quien llevaba un pañuelo en la cabeza y vestía algo parecido a una bata blanca de laboratorio. “Pero no teníamos una visión de lo que tenemos ahora, del avistamiento de aves.”
Hoy en día su casa es considerada uno de los destinos más importantes para el aviturismo en el país, y algunos visitantes la han denominado “el mejor jardín trasero para el avistamiento de aves en el mundo.” Es este negocio el que ahora sostiene a su familia.
Los turistas extranjeros pagan alrededor de $9 (USD) para ver aves en su propiedad ($13 si traen cámara). Una habitación para dos personas cuesta unos $50 por noche, pero no incluye el café ni las empanadas caseras. En temporada alta, de septiembre a marzo, la finca recibe más de 100 turistas al mes, según su hijo Elber Sánchez Londoño, quien ayuda a gestionar el negocio.
Esa mañana en su jardín avisté aves. Pero también observé a los avistadores de aves avistar aves. Honestamente, encontré esta actividad tan fascinante como la propia observación.
¿Qué es lo que hace que algunas personas se obsesionen tanto con las aves? Una explicación es que se las puede encontrar casi en cualquier parte. Eso hace que el avistamiento sea fácil de practicar, sin importar dónde vivas. La observación de aves también puede conectarte con una comunidad. Tiende a reunir a personas con intereses similares, tanto en persona como a través de plataformas como eBird e iNaturalist, donde se pueden compartir los avistamientos. Además, es gratuita y se realiza al aire libre, una de las razones por las que ganó popularidad durante la pandemia de Covid-19, cuando la gente evitaba los espacios cerrados y concurridos.
“Es como una adicción,” me dijo Ocampo-Peñuela, quien se identifica como observadora de aves. “Ves estas aves, su belleza, y te llena de hormonas de felicidad. Luego quieres hacerlo más.”
Esa mañana conocí a varios turistas en la finca de Doña Dora. La mayoría llevaban cámaras con lentes largos. “Esto es increíble,” dijo Santiago Ferro, un visitante de Toronto quien creció en Bogotá. Le pregunté cómo comparaba este lugar con el avistamiento de aves en América del Norte y él solo se rió.
Los observadores de aves se sienten atraídos por la cantidad de especies que tiene Colombia, muchas de las cuales no se encuentran en ningún otro lugar. Sin embargo, el auge del aviturismo tiene mucho más que ver con la seguridad en el país.
Hasta hace poco, el conflicto entre el gobierno y varios grupos armados sembraba violencia en toda Colombia. Al centro de este conflicto que comenzó a mediados del siglo XX estaba la distribución de la riqueza. El grupo más grande, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), luchaba contra el gobierno y los grupos paramilitares de derecha para llevar más recursos a las zonas rurales empobrecidas de Colombia. La violencia dejó más de 200.000 muertos, la mayoría civiles.
En 2016, después de años de negociaciones tensas, el gobierno y las FARC firmaron un acuerdo de paz. En términos sencillos, el acuerdo requería que las FARC entregaran sus armas, dejaran de luchar y abandonaran el narcotráfico que ayudaba a financiar el conflicto. A cambio, se les ofreció poder político y una promesa de grandes inversiones en las zonas rurales.
A pesar de que la violencia persiste en algunas regiones, especialmente cerca de las fronteras, y de que el Departamento de Estado de EE. UU. recomienda reconsiderar los viajes a Colombia, se mantiene una frágil tregua. El acuerdo de paz ha hecho que el país sea mucho más seguro, tanto para los locales como para los extranjeros. Y esto a su vez ha abierto la puerta al crecimiento del turismo para el avistamiento de aves.
En 2017, Ocampo-Peñuela publicó un estudio que mostraba que el avistamiento de aves, el cual se mide a través de la actividad en eBird, ya estaba en expansión en áreas que antes se consideraban peligrosas, como Putumayo, un departamento al sur de Colombia.
Investigaciones más recientes que aún no se publican de Ocampo-Peñuela, han descubierto que esta actividad se disparó en Colombia después de 2016 a pesar de sufrir una caída durante la pandemia. (Una gran parte de los usuarios de eBird provienen de EE. UU., por lo que los datos de la plataforma tienden a reflejar las tendencias de avistamiento en América del Norte).
El gobierno colombiano no realiza un seguimiento del avistamiento, aunque señala que el turismo en general está en aumento. El año pasado, un récord de 6,1 millones de extranjeros visitaron Colombia, un aumento del 30% en comparación con 2022. La mayoría de ellos buscaban experiencias en la naturaleza, según ProColombia, una agencia gubernamental que promueve al país. El turismo también ha aumentado este año en comparación con 2023, según la misma agencia. Y desde 2021, el número de alojamientos ecológicos, incluyendo los destinados al avistamiento de aves, casi ha triplicado, informó la agencia.
En lugares clave por su biodiversidad, como Colombia, el crecimiento económico a menudo viene a expensas de los ecosistemas. La creciente industria ganadera destruye los bosques tropicales. Un auge en la minería filtra toxinas en los ríos y en el suelo. En comparación, la creciente industria del aviturismo parece algo digno de celebración.
El turismo no solo está financiando destinos de avistamiento de aves como el de Doña Dora, sino que está generando demanda de guías locales. Esto ha creado empleos para los colombianos que tienen un conocimiento profundo de sus ecosistemas circundantes, independientemente de su educación formal. El conocimiento generacional de las aves locales y de dónde encontrarlas — conocido en algunos círculos académicos como conocimiento ecológico tradicional — es cada vez más valioso aquí, incluso en un sentido estrictamente económico. El ecoturismo de avistamiento de aves le da valor.
A la mañana siguiente, viajé a un lugar llamado Laguna de Sonso, un humedal al norte de Cali. Es un pequeño hábitat natural en medio de un mar de plantaciones de caña de azúcar, un cultivo muy extendido en el Valle del Cauca. Cuando llegué, una garza cocoi, una gran ave gris y blanca con un pico largo y afilado, estaba hurgando en el agua y generando ondas en el lago.
El humedal es un sueño para los observadores de aves. Más de 300 especies de aves viven o pasan por la Laguna de Sonso, incluidos gigantes como el águila pescadora y aves peculiares como el bienparado común, un ave con una inquietante boca ancha.
Es también el lugar donde jóvenes de las comunidades cercanas aprenden a convertirse en guías o intérpretes, como se llaman a sí mismos. “Nosotros nos llamamos intérpretes porque somos una comunidad que ha tenido una formación empírica,” dijo el guía local Jhonathan Estiven Bedoya Betancourth, lo que significa que han aprendido a través de la observación y la experiencia. “No tenemos, digamos, la formación de un guía turístico profesional.” (Un par de organizaciones comunitarias en Laguna de Sonso ofrecen talleres y mentoría para la formación de guías de aves.)
Bedoya, de 24 años, dice que ha guiado tours para el avistamiento de aves desde sus 14 años. “Interpretamos todo lo que tiene este hermoso territorio,” dijo Bedoya, quien llevaba un par de binoculares colgados del cuello.
Bedoya Betancourth comenzó a guiar porque ama las aves y es bueno para ello. Dijo que puede imitar los cantos de alrededor de 30 especies. (Obviamente, le pedí que lo demostrara e impresionantemente imitó el canto repetitivo de un ave acuática llamada cotara chiricote). Pero también fue una forma de ayudar a su familia, agregó. Gana alrededor de $35 (USD) por cada tour, sin incluir la propina, y realiza varios tours al mes. Complementa sus ingresos fabricando tallados en madera para vender a turistas y locales.
“Para mí, y para el grupo de intérpretes, el avistamiento de aves es una de las actividades económicas que ha logrado mantener a la comunidad a flote,” dijo María Omaira Rendón Rayo, líder comunitaria en Laguna de Sonso.
La economía de las aves da a las personas una razón para quedarse en la comunidad, dijo, y ofrece una alternativa a oficios que podrían atraer la violencia, como el cultivo y venta de drogas. Al capacitar a los jóvenes, la laguna y sus organizaciones comunitarias también están ayudando a construir una ética de conservación que perdurará por décadas.
“Si estás recibiendo ingresos económicos de una actividad como la conservación, entonces deseas conservar más,” dijo Rendón Rayo, quien trabaja con una organización local llamada Asociación de Productores Agropecuarios del Porvenir, la cual ayuda a regenerar bosques mediante la plantación de árboles y capacita a guías para el avistamiento de aves en la Laguna de Sonso. “Quieres ayudar a plantar más árboles. Quieres ayudar a mantener limpia la laguna.”
El turismo de naturaleza no es una fuerza inequívocamente positiva. De hecho, con frecuencia causa daño al medio ambiente, como lo han documentado investigadores como Ralf Buckley. Los turistas han descuidadamente introducido especies invasoras en lugares como las Islas Galápagos; los buceadores y quienes esnorquelean han dañado los arrecifes de coral, incluso la Gran Barrera de Coral, y los hoteles a menudo se construyen sobre hábitats naturales.
Existe también un problema de explotación, ya que en muchos casos las empresas turísticas son de propiedad extranjera y restringen los beneficios que podrían llegar a las comunidades locales que dependen en gran parte de estas actividades. Cuando un destino se ve invadido por turistas adinerados, los precios de necesidades básicas como la vivienda y la alimentación tienden a aumentar, volviéndose insostenible para los locales.
Hasta ahora el turismo de avistamiento de aves en Colombia ha logrado evitar muchos de los riesgos asociados con la explotación desmedida de los recursos naturales. Según Ocampo-Peñuela, este tipo de turismo tiene ciertos “límites.” Por ejemplo, la observación de aves no funciona bien con grupos grandes, ya que asustan a las aves y dificultan la tarea de avistar ejemplares lejanos. Los grupos pequeños, en cambio, tienen un menor impacto ambiental. Uno de los alojamientos que visité limita el número de turistas a 10. Otro aseguró que, en ocasiones, incluso rechazan visitantes.
Además, encontrar especies raras y endémicas, las que más atraen a los observadores de aves, suele requerir el conocimiento local. Este factor contribuye a que los beneficios económicos se queden dentro de las comunidades.
Sin embargo, el principal “límite” es que el turismo de observación de aves no funciona si no es sostenible. Incluso si se colocan frutas, las aves no llegarán si no tienen hábitats con bosques o humedales. La observación de aves no es como ir al zoológico, donde siempre se pueden ver animales. Es un interés económico para la industria del turismo ornitológico asegurar que los ecosistemas permanezcan saludables.
“Uno no puede hacer este negocio sin conservar,” señala Javier Rubio, quien dirige otro destino de avistamiento de aves en su propiedad llamada La Florida, al noroeste de Cali. “Si no conservas, pones en riesgo tu futuro como negocio. Si empiezas a talar árboles y dañar el bosque, [las aves] se quedarán sin comida, que es la razón por la que están aquí.”
Doña Dora comenta que uno de sus objetivos es ganar suficiente dinero para que su hijo Elber pueda comprar terrenos forestales alrededor de su casa. Él quiere conservarlos, me dijo. “Esa es la idea a futuro, si el presupuesto nos lo permite,” confirmó Elber, “asegurarnos de que las aves sigan en un buen ecosistema.”
La industria aún es joven, por lo que todo su impacto ambiental aún no se ha determinado. Las personas dedicadas al crecimiento del aviturismo afirman que es fundamental que los colombianos, especialmente aquellos en las zonas rurales y ricas en biodiversidad, definan cómo debe ser el futuro de esta industria. “Es necesario y oportuno que los colombianos definamos qué tipo de aviturismo queremos”, señaló Carlos Mario Wagner, fundador y director de Colombia BirdFair y uno de los ornitólogos más conocidos del país.
El avistamiento de aves no debería enfocarse solo en los extranjeros, dijo, sino también en los locales. “Algo que me alegra muchísimo es que los colombianos están contratando guías”, me contó Wagner. Según él, el avistamiento de aves ha brindado a los colombianos la oportunidad de reconectarse con su tierra tras el acuerdo de paz. Les inculca un sentido de orgullo por una versión de Colombia conocida por su naturaleza, no por la violencia.
La industria del avistamiento de aves, aunque está creciendo, nunca será gigantesca, según Ocampo-Peñuela. Está en expansión a nivel global — creciendo más rápido que otras formas de ecoturismo, según ha descubierto — pero probablemente se mantendrá en una escala de nicho, limitada por el pequeño número de personas dispuestas a viajar a lugares rurales para observar aves, a menudo muy temprano por la mañana. “Tienes que tener la personalidad adecuada,” me dijo.
Por lo tanto, no es que el avistamiento de aves por sí solo vaya a resolver los problemas de Colombia y sacar a la clase rural de la pobreza.
A pesar de ello, lo que ofrece es algo increíblemente especial: No solo dinero para las comunidades locales, profesiones alternativas, e incentivos reales para salvar los bosques, sino también algo que es más difícil de cuantificar.
En una tarde lluviosa de octubre visité a Rubio en La Florida. Al igual que Doña Dora, Rubio tiene un comedero casero para aves en su jardín construido con ramas. Atrae a una variedad diferente de visitantes alados. Aquí, la estrella era la tángara multicolor, una especie colorida que solo se encuentra en los bosques montañosos de Colombia. Mi favorito, sin embargo, fue el tucancito culirrojo, esencialmente un mini tucán. Es de un verde brillante con un pico de color óxido que parece demasiado grande para su cuerpo.
Mientras tomaba mi cuarta taza de café negro, Rubio me contó que fue abogado penalista durante casi tres décadas antes de incursionar en el negocio del aviturismo. Hace unos años invitó a unos amigos a su casa para hacer avistamiento de aves. Vieron el tángara multicolor y le dijeron que su propiedad — que colinda con un bosque tropical — tenía un enorme potencial para convertirse en un destino para dicha actividad.
Deseoso de llevar una vida más relajada, Rubio, de 56 años, dejó su trabajo como abogado y comenzó a construir un negocio turístico.
“Me siento supremamente bien haciendo esto,” admitió Rubio. “Muchas veces me siento como dándole felicidad a la gente. Casi unánimemente, las personas que vienen dicen: ‘Esto es un paraíso. Se siente tranquilidad.’ Cuando empiezas a salir, a pajarear, empiezas a sentir atracción no solamente por las aves, sino por el ambiente tranquilo de la naturaleza.”
Este es un punto que casi todos los observadores de aves con los que hablé señalaron: el hecho de preocuparse por las aves es una puerta de entrada para preocuparse por la naturaleza, para ver su verdadero valor.
“Es un proceso gradual,” me dijo Rubio mientras nos sentábamos en una terraza cubierta mientras llovía, observando a una tángara multicolor dando saltitos entre las ramas a pocos metros de nosotros. “Primero las contemplas, luego empiezas a comprenderlas, y luego comienzas a conservar. Ese es el camino que recorre el que adquiere este hábito de avistar aves”.