Haber sido el maestro de guitarra de Carlos Santana, uno de los iconos incuestionables de la guitarra eléctrica, es suficiente motivo para recordarlo. Pero, además de esto, Javier Bátiz fue por cuenta propia un auténtico as de las seis cuerdas que dejó una profunda huella en la escena musical latinoamericana, hasta el punto de ser llamado “el padre del rock mexicano”.
Es por eso que los fans del artista lamentan su fallecimiento a consecuencia de las complicaciones surgidas tras un cáncer de próstata, ocurrido el sábado pasado a los 80 años de edad en Tijuana, la ciudad fronteriza en la que nació y con la que estuvo íntimamente identificado a lo largo de una carrera que se inició a mediados de los años ‘50.
La muerte del pionero del rocanrol fue anunciada por su esposa Claudia Madrid, quien tocó la batería en varias de sus bandas y que recurre a las redes sociales para comunicar el suceso. “Queridos amigos y Familia!!! Para informarles que nuestro adorado y querido, mi espos [sic] Javier Batiz trasendio [sic] el dia de hoy!! Su legado y su musica quedan para la eternidad!! Te amo amor mio!! Vuela alto mi angel!!”, fue lo que expresó la viuda a través de una mensaje evidentemente marcado por la emoción del momento.
Santana tenía 12 años y vivía en Tijuana cuando vio por primera vez en concierto al adolescente Bátiz, lo que lo llevó poco después a tomar clases bajo su tutela y, luego, a formar incluso parte del primer grupo oficial de este, Los TJ’s, en calidad de bajista.
El creador de “Supernatural” llegó a ese primer show, que se produjo en un parque, llevado por su madre; y el ingreso de Bátiz al mundo de la música tuvo también que ver con su propia progenitora, una maestra viuda que le enseñó los primeros acordes en el instrumento de madera.
Pese a que su primer amor fueron las rancheras, Bátiz empezó tocando ‘covers’ de temas del rocanrol y del blues estadounidense de la época, traducidos muchas veces al español; pero luego de su traslado a la capital (que fue breve), empezó a componer canciones propias que reflejaban experiencias personales, que él mismo cantaba en múltiples ocasiones y que abrieron de algún modo las puertas de lo que terminó siendo conocido como “rock urbano”.
Y lo hizo respaldado no solo por un estilo que mostraba influencias de maestros de la talla de Jimi Hendrix y B.B. King, plasmadas en vibrantes solos que no tenían nada que envidiarle a los de los más grandes, sino también por una personalidad exuberante y cómica que lo hizo ciertamente distintivo.
Además del ego que tenía -acompañado, eso sí, por una sensibilidad a flor de piel- y de las dudas que existían sobre la veracidad de las floridas historias que contaba durante sus entrevistas, Bátiz fue acusado de no progresar en lo que respecta a su sonido y de quedarse anclado en lo que hacía ya desde el inicio de su carrera; pero esa es una afirmación que puede puede ser incluso considerada como positiva y honesta por parte de quienes admiran a las personas que no traicionan sus principios.
Claro que, curiosamente, su álbum más reciente -y, evidentemente, el último que lanzará en vida-, “Porque puedo, porque quiero y porque se me da la gana”, que fue lanzado en mayo de este año, está compuesto por versiones de temas clásicos del folklore mexicano, como “En el último trago”, de José Alfredo Jiménez, “Mi cariñito”, de Pedro Infante, y “Flor de capomo”, de Los Cadetes de Linares, todos ellos interpretados con una fidelidad total por sus estilos originales, es decir, con instrumentos acústicos y la infaltable inclusión del acordeón.
En el funeral de “El Brujo”, como también se le llamaba, Santana se hizo presente de manera simbólica a través de un regalo floral que llevaba la leyenda: “Amor y respeto. Regresaremos a la luz”. No cabe duda de que se le va a extrañar.